Hay un villancico dialogado, como los clásicos de Lope de Vega, que dice:
—Esta noche nace el Niño.
—Es mentira, que no nace.
¿Pues no que los campanilleros tienen toda la razón? Estoy con los campanilleros. Si el Niño naciera hoy, la Nochebuena no sería tan triste. El Niño nacerá hoy en el resto del orbe católico; pero en Sevilla al menos, nacer, nacer, lo que se dice nacer, el Niño nace y resucita, todo en el mismo día y en una pieza, el Domingo de Ramos. Concretamente, cuando el divino Niño baja montado en una burra por la rampa del Salvador, y la ciudad entera lo recibe llena de gozo, «ataviada como una novia».
Porque, vamos a dejarnos de cuentos y vamos a ver: ¿qué es más triste? ¿Un cante de campanilleros o una de las mal llamadas «marchas fúnebres», de las que ha estudiado por el haz y el envés Francisco Javier Gutiérrez en su libro fundamental sobre esta forma musical? ¡Son mucho más tristes los campanilleros! De llorar: madre en la puerta hay un niño descalzo y medio en cueros; porque en esta tierra ya no hay caridad; a la puerta de un rico avariento llegó Jesucristo y limosna pidió, y el hijolagramputa del rico, en lugar de darle la limosna, los perros que había se los achuchó, ¿será mamón?
Y no sigo, porque los campanilleros suelen ser de paquete de pañuelos de clínex, y el negrito Jackson libra esta noche en su semáforo de la Plaza de Armas. Son tristísimos. Para Hosanna in Excelsis Deo, las llamadas «marchas fúnebres». Ya quisieran los campanilleros proclamar el gozo del Nacimiento con la mitad del cuarto de la décima parte de alegría que «Estrella sublime» o que «Pasa la Macarena».
Para alegría, la mañana del Domingo de Ramos, y no la noche de Nochebuena, tristísima. Los sevillanos, que lo celebramos todo en la calle, cuando llega la Nochebuena conseguimos que sea el único día del año donde a las 9 de la noche no hay un alma por la calle. Sevilla entera está como la calle Francos de noche cualquier día del año. ¿Alegría de la Navidad? Si hasta estas luces de ahorrar electricidad que han puesto hogaño son lo más triste que se despacha, ¡igualito que aquellas bombillas navideñas que recordaban a la Feria!
Y luego, la pena que rima con cena, y hagan ustedes mismos, autoconstruida, la letra de los campanilleros tristes de los que ya no están. Más que alegría por el Nacimiento de Cristo, en la cena familiar de Navidad todos tenemos por dentro la tristeza que nadie se atreve a decir y en la que todos estamos pensando: la pena por los que ya no están y parece que hace nada que estaban aquí con nosotros, con sus nietos, con sus hijos, protestando de esto o bromeando con aquello. Cada cena familiar es hoy un memorial de ausencias. ¿El Día de los Difuntos, dice usted? El Día de los Difuntos también es en Sevilla alegre, con el sol de noviembre en el cementerio, la rotonda de la entrada cuajada de flores, las brochas encalando y dando vida a las tumbas. Nuestro verdadero Día de los Difuntos es la Nochebuena. La cena de Navidad es el Memento de Difuntos en el ritual de las familias sevillanas. Siempre hay alguien a quien se le escapa la verdad, entre tanta fingida y obligatoria alegría:
—¡Con lo que le gustaban a tu padre los alfajores, que les decía mojoncitos de perro!
¿Saben ustedes lo que más le gusta al sevillano de la Nochebuena? Pues, primero, que dura poco y pasa pronto. Y después, que es señal inequívoca de que ya mismo va a empezar en San Lorenzo el quinario a ese Divino Pastorcito que dicen en Almonte que mandaron a estudiar a Sevilla, con tanto provecho que se hizo aquí Gran Poder. O sea, que ya falta menos para el Domingo de Ramos. Que es cuando de verdad nace Dios en Sevilla, vamos a dejarnos de zambombas.
Antonio Burgos
No hay comentarios:
Publicar un comentario