lunes, 21 de junio de 2010
Contigo Gran Poder
Escribe uno desde la incertidumbre y el escalofrío tras conocer la amarga noticia. En cuanto supimos de lo que había ocurrido nos desplazamos hasta San Lorenzo, y en la plaza, poca gente y dos velas encendidas ante la puerta de la Basílica. Otra Madrugada, Señor, los ojos puestos en ti, sin poder verte. No entra en nuestros pensamientos, no concebimos la posibilidad de que ocurra algo así, hasta que recibes el impacto. Han atacado al Gran Poder, con tal violencia que deseamos sinceramente haya sido producto de enajenación mental, y no a otras causas terrenales bien ajenas a lo que la imagen representa.
Han atacado al Gran Poder. Al poco tiempo de saberlo sólo he podido recordar el salmo: “La diestra del Señor es poderosa”. Tu diestra, Señor del Gran Poder, sigue siendo poderosa, aunque la carne de tu madera haya sido tristemente arrancada, desmembrando tu cuerpo santo. Tu diestra, Señor, es poderosa. La mano con la que nos bendices, la mano con la que nos apacientas y acaricias, la mano en la que llevas “el poder y el imperio”, ha podido ser vencida. Nos vence el desaliento y la amargura, y por las letras corre una impotencia nunca antes sentida. Viene una y otra vez la imagen de tu camarín, lleno siempre de oraciones y esta vez, camarín también para el agravio y la ofensa, voluntaria o no, por la que has vuelto a pasar. Nos atraviesan los recuerdos, y nos envuelven tantas miradas de amor posadas en tu espalda, en tu cruz, en la túnica ceñida y en las agudas espinas de tu corona. Yo quiero hacer en estos momentos con todos esos recuerdos tu mejor desagravio. “La diestra del Señor es poderosa”, “Él hace proezas con su brazo”. De la peor manera posible, has vuelto a tendernos tu mano. Nos has vuelto a pedir que no lloremos por Ti, pero sabes, Señor, que es muy difícil. Nosotros no vemos en Ti la obra de Juan de Mesa solamente; no sólo vemos, sentimos tantas cosas cuando nos enfrentamos a Ti que no quiero recurrir a vivencias tópicas de madrugadas frías y zancada abierta. Ahora, Señor, no me deja el corazón fijarme en la belleza de las palabras, porque pararme en lo estético sabiéndote agraviado no tiene sentido.
Mañana la ciudad despertará como siempre, y algunos quizá no sepan de esta noticia hasta bien entrada la mañana, cuando en los trabajos, en los supermercados, en las calles cada vez más pobladas de rutina y desencuentros, nadie hable de otra cosa: “Al Gran Poder lo atacaron anoche”. Todos hablarán de tu brazo, Señor, ese con el que sostienes la cruz de nuestros pecados y nuestros olvidos. Todos pondrán sus palabras en tus brazos, y de tus brazos hablarán mezclando las primeras noticias con las certezas que esperemos se resuelvan pronto. Yo no he querido creerlo, pero la soledad de San Lorenzo a la medianoche era más elocuente que nunca. No hicieron falta campanas ni incienso, pero había una oración en la brisa dando gracias porque tus ojos podían seguir iluminando el camino de tantos que a veces no sabemos por dónde ir para hacer el bien.
Yo quiero pasar por encima del agravio, y afirmar con todas mis fuerzas que yo sigo confiando en tus manos llagadas y heridas, en tus brazos que me buscan sin descanso, en tu mirada, ahora más que nunca llena de ternura. Tendremos que aprender, Señor, a mirarte a los ojos sin miedo. Tendremos que repetir más que nunca que ahora, Señor, tu diestra es más poderosa todavía. Te imagino atendido y velado por los hermanos que, en nombre de toda Sevilla, cuidan tu culto y veneración extendido por el mundo entero. Te veo rodeado de unos pocos, pero soñado por todos. “Aquí tienes delante a Sevilla”, canta tu himno, Señor. Aquí tienes a una Sevilla herida, pero segura de que en tu Gran Poder, en tu mano derecha, está su suerte cifrada. Danos fuerza para mirar adelante, para contarles a todos lo que ocurrió esta noche. Madrugada de verano, primavera de dolor.
Si alguien te alza la mano
o te ofende, Gran Poder,
te juro Dios Soberano
que ése no pudo nacer
bajo el cielo sevillano.”
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